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¿Bibliotecas de pago?

Autor: Ricardo Senabre
Fuente: El Cultural (vía IWETEL).
Tema: préstamo y servicios bibliotecarios
Url documento: http://www.elcultural.es/...

La disposición europea no socava sólo los fundamentos que alumbraron, en tiempos menos cerrilmente mercantiles que los actuales, el nacimiento de las bibliotecas públicas; es también un dardo venenoso lanzado contra la lectura

Cada vez que en un lugar, por humilde o recóndito que sea, se ha creado una biblioteca, el mundo ha dado un paso adelante. "Libros, libres", escribió sintéticamente Gracián. Por eso, los destructores de bibliotecas, desde Nerón o el califa Omar hasta las modernas tribus de salvajes aficionados a quemar librerías, sólo intentan esporádicamente un retroceso imposible hacia el Paleolítico. En el silencio de las bibliotecas -un silencio poblado por miles de voces que nos hablan siempre que lo deseamos- ha nacido la vocación de muchos escritores; allí se han forjado conciencias, se ha fortalecido la capacidad imaginativa del hombre y se ha conjurado la soledad. No existe representación más pura de la solidaridad entre los seres humanos que esos depósitos de discursos, siempre dispuestos para ser activados, con mensajes que nos llegan desde tiempos y lugares remotos y gracias a los cuales aprendemos, nos divertimos, nos sentimos aleccionados o conmovidos y participamos en las creaciones más nobles de la humanidad. El índice de bibliotecas de un país puede utilizarse como un calibrador seguro de su nivel cultural, y existen estadísticas que permiten comprobar la relación constante entre bibliotecas y civilización.

Pero ni siquiera esta institución necesaria está libre de peligros que amenazan su estabilidad. En 1992, la Comunidad Europea estableció lo que ahora se llama entre nosotros -gracias a algún pésimo traductor que tendría que ir al paro- una "directiva" (¿por qué no "disposición", "norma", incluso "directriz"?) que es preciso leer para creer. Sí. Necesitamos otear constantemente el cielo de la Unión Europea del que dependen nuestros sueños y nuestro destino, poco más o menos como el campesino atisba el horizonte por si anuncia pedrisco. Pues bien: en 1992, aquellos distantes legisladores decidieron establecer un canon por los préstamos de obras sujetas todavía a derechos de autor. Según esto, sería gratuito, por ejemplo, el préstamo de un libro de Cervantes, pero no de Baroja, de Miguel Hernández o de Martín de Riquer. La propuesta parece descabellada, puesto que los derechos de autor se pagan por cada ejemplar vendido, independientemente de cuántos lectores tenga después la obra. Es evidente que la ocurrencia se ha producido cuando ya muchas bibliotecas habían modificado su función original al incluir en su depósito una sección de fonoteca y diversos fondos de naturaleza audiovisual. Ahí está el origen de la disposición. Las grabaciones musicales obtienen un canon especial por su difusión en radio o en sesiones públicas. Al incorporarse a las bibliotecas con el mismo estatuto que los libros y someterse a préstamo, los afectados por este gigantesco negocio -compositores, cantantes, empresas discográficas- exigen la correspondiente compensación. La solución más fácil era extender el canon a todos los "productos" custodiados en la biblioteca.

La misma norma comunitaria que establecía la remuneración a los autores permitía a los Estados miembros eximir de tal obligación a ciertos establecimientos -y España lo hizo en la Ley 43 de 1994, con una generosidad que casi deja sin efecto la exigencia comunitaria-, pero las presiones de los derechoha- bientes, cada vez más intensas, han ido erosionando el sistema de exenciones practicado por muchos países, y en algunos se aplica la remuneración, bien con cargo al Estado, al gobierno o incluso a las propias bibliotecas. Algunos países que parecen remolonear en su aplicación de las disposiciones han sido sancionados -así, Bélgica, en octubre de 2003-, porque, como aquí sabemos muy bien, la Unión Europea es más aficionada a imponer multas que nuestra Dirección General de Tráfico. ¿Podrá España seguir zafándose durante mucho tiempo de esta obligación?

Cuando nos llegue el turno de ser un país más que, como escribe Fernando de Herrera, "al yugo la cerviz trae inclinada", ¿quién se hará cargo de la remuneración? ¿El Estado? ¿Las bibliotecas? ¿Acaso, en un futuro no lejano, los pocos lectores que aún queden? Sea cual fuere la solución, el dinero se detraerá del que se destina a comprar libros, lo que no ayudará a mejorar nuestra red de bibliotecas, exigua si se compara con la de otros países europeos. El gasto anual medio por habitante en biblioteca pública era en 1998, en la Unión Europea, de 13'35 euros; en España, de 3'64. El canon por préstamo no sólo dificultará la tarea de acortar distancias con respecto a Europa, sino que nos alejará todavía más.

Es penoso que un producto de nuestro patrimonio cultural reciba el mismo trato que cualquier mercadería. A eso conduce la confusión de valores que ha tergiversado la realidad, la atribución del carácter artístico a las realizaciones más dispares, la igualación, bajo ese marbete, de un poema de Antonio Machado y de una canción de Alejandro Sanz. La disposición europea no socava tan sólo los fundamentos que alumbraron, en tiempos menos cerrilmente mercantiles que los actuales, el nacimiento de las bibliotecas públicas; es también un dardo venenoso lanzado contra la lectura, una de las pocas actividades que todavía hacen frente a la marea de gris uniformidad, plana y sin matices, que se abate sobre las sociedades en este comienzo de milenio. A este paso, los lectores supervivientes tendrán que huir de los vetos europeos y encerrarse en la biblioteca privada que les ofrecerá la pantalla de su ordenador, donde ya existen miles de obras que pueden leerse libremente y sin canon alguno. Por ahora.

[6.3.04] [0 comentarios] [#] [lista]


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Publicación: Blogger | Estadísticas: eXTReMe Tracking

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