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El indigno final de Aznar

Fuente: Gara, 14/03/2004
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José María Aznar ha mantenido la «lucha antiterrorista» como divisa a lo largo de sus dos legislaturas como presidente del Gobierno español. Tras ocho años en La Moncloa, se marcha en una situación de inseguridad desconocida, con un atentado que ha causado 200 muertos y 1.500 heridos en pleno Madrid.

El Partido Popular, a las órdenes de José María Aznar, no dudó en ningún momento en utilizar la denominada «lucha antiterrorista» como ariete de desgaste del Gobierno de Felipe González. Se enfrentó al consenso de los partidos del Pacto de Ajuria-Enea reclamando el cumplimiento íntegro de las penas y rechazando cualquier tipo de medida de «reinserción». Y cuando se produjeron determinados atentados en Madrid, arremetió también contra el Ejecutivo del PSOE acusándole de no adoptar las necesarias medidas de seguridad.

Tras ocho años en La Moncloa, José María Aznar deja el Gobierno con el atentado más sangriento que ha conocido el Estado español y en una situación de inseguridad que nunca antes se había producido, y precisamente después de haber hecho de la «lucha antiterrorista» la bandera de sus dos legislaturas. Sobre él recaen, además, las acusaciones de estar manipulando la información sobre lo ocurrido para tratar de obtener una ventaja electoral.

José María Aznar puso plazo fijo al fin de ETA. Es evidente que ha sido incapaz de cumplir su palabra ­como antes Franco, Suárez, Calvo Sotelo y González­, y eso que con el alto el fuego decretado por la organización armada vasca en setiembre de 1998 tuvo una oportunidad más ventajosa incluso que la del PSOE en 1989. Ha endurecido el Código Penal y cercenado las libertades civiles hasta hacer irreconocible la definición de Estado de Derecho, pero no ha conseguido acabar con la organización armada ni ha logrado hacer desaparecer la disidencia independentista en Euskal Herria. Paradójicamente, ahora tiene que agarrarse como un clavo ardiendo a la falacia de que ETA ­a cuyo combate ha dedicado su mandato­ ha sido la autora del mayor atentado que se ha cometido nunca en el Estado español.

José María Aznar, por no se sabe bien qué tipo de complejos personales, decidió en contra de la opinión mayoritaria del pueblo que gobierna «sacar a España del rincón de la historia». Mintiendo sobre la existencia de armas de destrucción masiva en Irak y asegurando que el régimen de Saddam Hussein mantenía vínculos con Al Qaeda, se enroló en una guerra tan ilegal como injusta, afirmando que ello contribuía ha hacer del mundo y de España un lugar más seguro. El resultado no puede ser más trágico. ¿Podrá estos días dormir tranquilo? ¿No sentirá su conciencia el peso de esas doscientas personas muertas, de tantas familias rotas, de tanto dolor ensangrentado?

A las muchas consideraciones políticas y humanas que pueden hacerse sobre la actuación de José María Aznar, debe añadirse la indignidad de no ser capaz siquiera de reconocer la verdad ante su pueblo dolorido, de ser incapaz de asumir sus propias responsabilidades, de esconderse tras viles mentiras. Cuando el Centro Nacional de Inteligencia, las Fuerzas de Seguridad del Estado y la Audiencia Nacional trabajan con la única hipótesis de que la matanza de Madrid fue obra de alguna organización islamista y han descartado la hipótesis de la autoría de ETA, el Gobierno español todavía se aferra a ésta por mezquinos intereses electorales. ¿Se puede caer más bajo como colofón de dos legislaturas en el Gobierno?

José María Aznar, de la mano del PSOE, ha dedicado buena parte de su mandato a tratar de eliminar a la izquierda abertzale del mapa político de Euskal Herria. Llamativamente debe dejar La Moncloa habiendo sido simbólicamente humillado por la Batasuna ilegalizada. Arnaldo Otegi fue el primer y único dirigente político que desde un primer momento descartó la autoría de ETA de la masacre de Madrid y señaló directamente a grupos islamistas. Lo hizo a las 9.30 de la mañana del jueves. Aquella afirmación es hoy una constatación.

Aznar abandona el Gobierno habiendo entregado a la izquierda abertzale un enorme plus de legitimidad. Hoy en Euskal Herria, la palabra de Arnaldo Otegi es mucho más creíble que la del propio presidente del Gobierno español y que la de cualquiera de sus ministros. (Esta consideración puede extenderse a los ejecutivos de Lakua e Iruñea y a los líderes de casi todos los partidos políticos vascos).

Al margen de la denominada «lucha antiterrorista», José María Aznar deja la situación política del Estado mucho más agravada de lo que la encontró. Alardea de haber acabado con la corrupción, cuando lo único que ha conseguido es amordazar a los medios de comunicación de tal forma que nadie airee los casos que consiguen aflorar por unas pocas grietas incontroladas. Se vanagloria de la situación económica, fijándose únicamente en las cifras macroeconómicas sin mirar a la realidad social que las acompaña. Y, para colmo, la idea de la España una, la de la bandera rojigualda con el toro de Osborne como escudo, está hoy más cuestionada que nunca, hasta el punto de que su «sucesor digital», Mariano Rajoy, ha tenido que reconocer que se trata del principal problema del Estado. Euskal Herria y Catalunya demandan soberanía. Aquí, el marco autonómico está roto. Y mucho tiene que ver en ello la lucha de la izquierda abertzale.

Mentiras, utilización partidista de los instrumentos del Estado, soberbia e insultos a la oposición. Con este legado llega hoy José María Aznar al final de su mandato. Sus ocho años de gobierno acaban con unas elecciones que se van a desarrollar en un estado emocional de shock y con la población sometida a una manipulación mezquina. ¡Menuda forma de pasar a la historia!

[14.3.04] [0 comentarios] [#] [lista]


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