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Fuera de contexto
De Jacques Derrida, en Derrida en castellano:
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Autor: Xabier Oleaga - Periodista
Fuente: Gara, 14/03/2004
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No lo ha hecho porque se sienta acorralado, desesperado. Ha sido por todo lo contrario. Porque se sabe impune, absolutamente impune. Y la víctima, ese pobre panadero de 61 años, al fin y al cabo no era más que «¿una alimaña?». «No son vascos, son alimañas», lo hemos oído estos días, a las pocas horas de la masacre de Madrid. Si se ha llegado a ese punto de paroxismo declarativo, ¿qué vamos a esperar de un madero para el que todos los que son como Angel Barrueta son unos «etarras».
Y por la muerte de detestables alimañas no doblan las campanas del siglo XXI, las campanas mediáticas. Es decir, no se interrumpen las emisiones habituales de radio y televisión para dar cuenta del último atentado político. No, por supuesto, las de las cadenas españolas, pero tampoco EiTB. Es más, ¿quién ha dicho que se trate de un atentado político? A lo sumo, un episodio de acceso pasional, de enajenación momentánea, comprensible por lo demás. Ya se sabe, el síndrome del norte.
Como mucho, se pide un rutinario esclarecimiento de los hechos. No habrá institucionales minutos de silencio, declaraciones solemnes. Y sobre el madero en cuestión, no se habla de que caiga sobre él todo el peso de la ley, qué va. Se le despista de la opinión pública lo antes posible y por la puerta de atrás se le depara incluso algún premio, por qué no. Al fin y al cabo se trata de un aguerrido servidor de la ley y la Constitución española.
Casi lo estoy viendo. Los he visto durante años cada vez que he tenido que acercarme a ellos siguiendo la cobertura de tantas tristes informaciones. Los he visto durante los cinco días que hace algo más de un año permanecí detenido en las dependencias de la Dirección General de la Guardia Civil. Los he visto durante los ocho meses que he tenido que permanecer en prisión. Su arbitrariedad, su prepotencia, esa chulería del que se sabe impune. «Es que van como locos», comentaba un boqui con motivo de nuestra protesta tras el accidente de tráfico sufrido por los familiares de un compañero preso político al que iban a visitar. A Angel le tocó visitar así a dos de sus hijos.
Es la provocación personificada, una insultante impunidad. Se trata de impunidad legal, impunidad política, impunidad institucional y, en el Estado español, incluso impunidad social.
Me los estoy imaginando, y no me cuesta ningún esfuerzo conociéndoles, azuzando a los presos comunes, incitándoles a que agredan a «los vascos». Me los imagino respondiendo «no he visto nada» ante la eventual protesta de los agredidos y seguramente sancionándoles además por desacato.
Ya sé que una visión más global del conflicto, en clave resolutiva, requeriría abordar estos hechos en otra dimensión. Soy muy consciente de ello. Pero eso no está en contradicción con la percepción real de lo parcial, en toda su crudeza. Porque aquí parece además que sólo algunos tenemos la responsabilidad de abordar la globalidad del conflicto a la hora de tratar sobre los dramas propios.
En contra de lo que está en boga en ciertos círculos políticos, no pienso hacer acto previo de supuesta corrección política para exponer mis puntos de vista ante los hechos concretos.
Así que aún sin tiempo para asimilar la tragedia de Madrid se hace necesario correr la retina a la ignominia de Iruñea. Por otra parte, la manipulación ambiental, así como los excesos y las irresponsabilidades verbales generados por el primer caso no son ajenos en el segundo.
Y así, a Angel ni siquiera se le reconocerá carácter de víctima. A sus allegados no se les permitirá ni siquiera enterrarle como se merece, a quienes intenten hacerlo se les disparará, golpeará, perseguirá y criminalizará. Porque en las votaciones de hoy incluso se les ha prohibido concurrir a la urnas.
Si alguien cree que este estado de cosas facilita el camino de la democracia que requiere este país, va dado. Y limitar el compromiso a una denuncia con doblez, sin una actitud resuelta, sin la audacia que exige la situación, representa no sólo la traición a las propias convicciones, sino una descomunal irresponsabilidad histórica. Dicho sea todo ello como una primera reacción de urgencia ante los hechos de ayer en Iruñea.
