Visto y Leído

[Sobre Biblioteconomía y Documentación, Recuperación de Información, Lógica, Inteligencia Artificial]

¡Importante! esta página hace uso de estilos recogidos en la especificación CSS2, no soportados por el navegador que está utilizando. Por favor, lea esta recomendación al respecto.

Sobre este sitio

Selección de artículos, ensayos, noticias, entrevistas, reseñas, y otro tipo de textos, publicados en medios impresos y digitales, sobre Biblioteconomía y Documentación, Recuperación de Información, Lógica, Inteligencia Artificial, y áreas afines del conocimiento, sin descartar la inclusión ocasional de textos relativos a la actualidad política y social.

Archivo de anotaciones

Guardado por meses.

Enlaces a otros sitios

Temáticas afines

Política, sociedad

Fuera de contexto

Lecturas recomendadas

De Jacques Derrida, en Derrida en castellano:

Varios

Esta página traducida:

Traducción al catalán, internostrum; traducción al portugués, universia.

Búsqueda con Google
 

Búsqueda con Yahoo!
 

Búsqueda con AlltheWeb

Agregue este sitio a su lector de "feeds" (sindicación mediante el sistema Atom).

En esta página:

Los 'chicos buenos' que no pueden hacer mal

Autor: Robert Fisk [1] [2]
Fuente: La Jornada, 02/05/2004
Url documento: http://www.jornada.unam.mx/...

© The Independent
Traducción del original The 'good guys' who can do no wrong por Jorge Anaya

¿Por qué nos sorprendemos de su racismo, su brutalidad, su indiferencia al sufrimiento de los árabes? Esos soldados estadounidenses en la vieja prisión de Saddam en Abu Ghraib, esos jóvenes reclutas británicos en Basora vinieron -como ocurre a menudo con los soldados- de poblados y ciudades en los que se alberga el odio racial: Tennessee y Lancashire. ¿Cuántos de "nuestros" muchachos fueron ellos mismos pájaros de cuenta? ¿Cuántos son seguidores del Partido Nacional Británico? Musulmanes, árabes, "cabezas de trapo", "terroristas", "el mal". Podemos ver cómo la semántica se va trasluciendo. Añadamos a ello la ponzoñosa perorata racial de un centenar de películas de Hollywood que presentan a los árabes como sucios, libidinosos, indignos de confianza y violentos -y los soldados son adictos a las películas-, y no es difícil ver cómo es que algún pelafustán británico se orina en la cara de un hombre encapuchado, algún sádico estadounidense se para en un iraquí cubierto con capucha que está parado sobre una caja con cables atados a las manos.

El sadismo sexual -la joven militar que señala los genitales de un hombre, la orgía fingida en la prisión de Abu Gharib, el rifle británico en la boca del prisionero- podría ser un intento demencial por equilibrar todas esas mentiras sobre el mundo árabe, sobre la potencia del guerrero del desierto, el harén, la poligamia. Todavía hoy seguimos exhibiendo en nuestra televisión la repulsiva Ashanti, película sobre el secuestro de la esposa de un médico inglés por comerciantes árabes de esclavos, que muestra a los árabes casi exclusivamente como propensos a molestar sexualmente a los niños, como violadores, asesinos, mentirosos y ladrones. Sus estrellas -el cielo nos asista- son Michael Caine, Omar Sharif y Peter Ustinov, y fue filmada en parte en Israel.

De hecho, ahora presentamos en nuestras películas a los árabes como alguna vez los nazis mostraban a los judíos. Pero los árabes son presa legal. Terroristas potenciales todos ellos, hombres y mujeres por igual, se les debe ablandar, "preparar", humillar, golpear, torturar. Los israelíes usan la tortura en el Complejo Ruso de Jerusalén. Ahora nosotros torturamos en la vieja cárcel de Saddam en las afueras de Bagdad y -porque allí es donde soldados británicos mataron a golpes a un joven iraquí el verano pasado- en la antigua oficina del más criminal de los hombres de Saddam, el fascista de la guerra química conocido como Alí el Químico.

¿Y los oficiales? ¿Acaso los tenientes y capitanes británicos del regimiento Lancashire de la Reina sabían que sus muchachos estaban matando a patadas a un joven empleado iraquí de un hotel el verano pasado? El destino de ese hombre -y la evidencia documental que demuestra que fue asesinado- fue revelado por primera vez por The Independent on Sunday, en enero pasado.

¿Acaso los chicos de la CIA en Abu Gharib ignoraban que Ivan Chip Frederick y Lynddie England, dos de los soldados estadounidenses que aparecen en las fotos de la semana pasada, humillaban de manera obscena a sus prisioneros? Claro que no. La última vez que vi a la brigadier general Janis Karpinski, comandante de la 800 brigada de la policía militar en Irak, me dijo que había visitado el campo Rayos X, en Guantánamo, y nada incorrecto había allí. Debí haber imaginado entonces que algo terrible ocurría en Irak.

Recuerdo cómo en Basora, en víspera de una visita de Tony Blair, fui a la oficina de prensa del ejército británico en la ciudad para indagar sobre la muerte de Baha Mousa, hombre de 26 años de edad. Su familia me había dado documentos británicos que demostraban que lo habían matado a golpes en custodia, que el ejército británico mismo había intentado dar una compensación económica a la familia si se desistía de cualquier demanda legal contra los soldados que con tanta crueldad mataron a su hijo. Me recibieron con bostezos y con una total incapacidad de proporcionarme información. Me dijeron que llamara al Ministerio de la Defensa, en Londres. El oficial con el que hablé parecía fastidiado, inclusive impaciente con mis preguntas. No hubo una sola palabra de compasión por el fallecido.

En septiembre del año pasado la general Karpinski estaba con un pequeño grupo de periodistas en Abu Gharib -la espantosa prisión en la que miles fueron hechos perecer por Saddam, la misma en la que Frederick, England y sus amigotes estadounidenses hacían parar a un prisionero iraquí encapuchado sobre una caja con supuestos electrodos atados a sus manos-, y se veía cómo experimentaba cierto placer al escoltarnos hacia la vieja cámara de ejecución de Saddam.

Nos condujo hacia un cuarto de concreto con cadalsos y galeras, y frente a todos nosotros levantó con ademán triunfante la manija de la galera para que la trampa se cerrara. Nos animó a leer los últimos mensajes garrapateados en las paredes por iraquíes que esperaban la venganza del dictador. Pero algo andaba mal en ese recorrido guiado por la prisión: no había un proceso judicial claro para los prisioneros y no se hizo ninguna mención -hasta que yo traje el tema a colación- del ataque con obuses a la cárcel ocupada por los estadounidenses en el cual perecieron en agosto seis de los internos, cuando la general Karpinski estaba claramente a cargo de los 8 mil prisioneros iraquíes. Los habían estado "aconsejando", nos dijo ella. "Al parecer creían que los habíamos estado usando como costales de arena." Abu Gharib era atacado por insurgentes cuatro de cada siete noches. Ahora lo atacan dos veces cada noche.

Extrañamente, en respuesta a una pregunta mía, sostuvo que había "seis prisioneros que afirman ser estadounidenses y dos que dicen ser británicos". Pero cuando el general Ricardo Sánchez, principal oficial estadounidense en Irak, negó más tarde este hecho, nadie preguntó cómo había surgido la confusión. ¿Acaso la general Karpinski lo inventó todo? ¿O el general Sánchez no dijo la verdad? Los nombres de los prisioneros se confundían a menudo, la escritura árabe se transcribía de manera errónea, y se "perdían" hombres en los archivos. La situación hablaba de toda una cultura en la que los iraquíes -en especial los prisioneros- no eran dignos de los mismos derechos que los occidentales; y por eso, supongo, las potencias ocupantes en Irak siempre nos dan estadísticas de las muertes de occidentales pero no les preocupa en absoluto descubrir las correspondientes a muertes de iraquíes, de ese mismo pueblo al que tienen el mandato de proteger y cuidar.

Hace unas semanas, charlaba yo con un joven soldado estadounidense en la calle Saadoun, en el centro de Bagdad. Daba dulces a unos niños de la calle y hacía como que pronunciaba la palabra árabe que quiere decir "gracias": sukran. Inocentemente le pregunté si sabía árabe. Me sonrió. "Sé cómo gritarles", dijo. Y allí está la cuestión.

Todos somos víctimas de nuestra infatuada moralidad. "Ellos" -los árabes, musulmanes, "cabezas de trapo", "terroristas"- son de una raza inferior, de menores normas morales. Son personas a las que hay que gritarles. Hay que "liberarlas" y darles "democracia". Pero nosotros, pequeña banda de hermanos, nos vestimos con el uniforme de la moralidad. Somos marines o policías militares o miembros de un regimiento de la reina y estamos del lado del bien. "Ellos" están del lado del "mal". Así que nosotros no podemos hacer mal.

O eso parecía, hasta que esas vergonzosas imágenes de la semana pasada desmantelaron todo el carro alegórico y demostró que el odio racial y el prejuicio es vieja herencia histórica nuestra. Solíamos llamar a Saddam el Hitler de Irak. Pero, ¿acaso Hitler no era uno de "nosotros", un occidental, un ciudadano de "nuestra" cultura? Si pudo matar a 6 millones de judíos, cosa que hizo, ¿por qué deberíamos sorprendernos de que "nosotros" podamos tratar a los iraquíes como animales? La semana pasada llegaron las fotos para demostrar que sí podemos.

[4.5.04] [0 comentarios] [#] [lista]


Visto y Leído,

Publicación: Blogger | Estadísticas: eXTReMe Tracking

Se recomienda ver este sitio con Mozilla 1+, Firefox 0.8+ ó Netscape 7+. Si no queda más remedio, con IE 6+. Si lo desea, comunique cualquier problema al respecto. También será bien recibida cualquier sugerencia sobre el contenido. La fuente de letra preferente es Georgia.